Still on the run

Necesito mirarme al espejo para seguir llorando. Necesito escuchar a Milky Chance para llorar todavía más. Y no me hace falta ninguna excusa en realidad para continuar soltando lágrimas. Es curioso pensar que cada vez me quedarán menos cosas suyas porque los años pasan y los objetos se estropean. Siempre le he dado demasiado valor emocional a lo material.

Me preparo un bocata de chorizo para merendar y pienso en su cara de sorpresa y felicidad cuando se lo ofrecí por primera vez, los dos tumbados en un colchón en el salón, abrazados.

Siempre agradece cualquier pequeño detalle, sabe que lo hago solo para cuidarle, que le daría mi vida si pudiera, pero ahora necesito un abrazo y él no está para dármelo. A. me pasa a buscar enseguida y me acompaña a dar un paseo por la noche. No saca el tema, deja que hablemos de cualquier otra cosa, me hace reír. Le gusta todo de mí, como a J. al principio. Me dice que soy la mejor. Yo no le creo. Yo solo pienso que el mejor es J., que es muy original, que con las sombras que los objetos de mi estantería reflejan en la pared, vio Barcelona. Es de otro mundo mi chico. El peine era la Sagrada Familia, un estuche eran las olas del mar, un bote de crema, la Torre Agbar.

La primera vez que A. prueba el yogur griego con miel, apoyado en la encimera de la cocina, me repite cuatro veces que le encanta. Me recuerda a él cuando venía a casa de mis padres y ponía esa carita de felicidad. Se sigue acordando de cuando mi padre le ofrecía cerveza y queso las noches que cenaba en casa.

Caminamos por las calles vacías del Eixample y todo me recuerda a él. Mi cerebro lo asocia todo a él aunque este barrio y él no hayan coincidido nunca en mi memoria al mismo tiempo. “I tried to forget memories, I’m still on the run”. Suena ahora esa canción con la voz aguda de la cantante y me acuerdo de su piso de Poble Sec, los dos en chándal, él siempre me prestaba sus sudaderas y sus pantalones de pijama de cuadros. Y no necesitaba nada más, ni dinero, ni fiestas, ni salir a la calle, ni viajes, ni aire. Solo le necesitaba a él. Dice que mira las fotos de los dos e incluso él mismo se sorprende al descubrir esa enorme sonrisa en su cara. La sonrisa más bonita del mundo.

Recupero una frase que nunca supe dónde colocar y ha permanecido abandonada en una nota del móvil: Me engaño a mí misma respondiendo un cuestionario sobre mi capacidad de amar. Pienso en su olor y en que lamería cada gota de sudor que se deslizase por su cuerpo.

En su momento, me dije que tenía mucho amor que dar, pero no tiene sentido cuando todo ese amor solo se lo quieres dar a una persona. Si solo añoras tiempos pasados por nostalgia, no vale la pena. Si solo me asocias a una época buena de tu vida, déjame. Yo sé lo que añoro y es real y aún está ahora.

Solo quiero que me cojas de la mano y me lleves lejos de esta fiesta aburrida que es la vida.