La dicha

Pienso que el sésamo se le pondrá malo olvidado en el armario. Lo compró especialmente para esa receta, estaba con resaca y no se podía mover casi de la cama, como J. Le preparé una pasta con atún y tomate buenísima para curar todos los males, con un buen sofrito. Fui yo quien le metió prisa para ir al supermercado y comprar todos los ingredientes y quien le ayudó la noche anterior para que ningún comensal quedase insatisfecho el domingo.

Los invitados llegaron y se quitaron el calzado, algunos llevaban agujeros en los calcetines. Su madre vio la foto del sonriente grupo, sentados en la isleta de la cocina, disfrutando de lo bien que cocinaba Á. Y dijo que yo era la más guapa que tenía una sonrisa muy bonita. Echo de menos a tu madre. Me quería mucho y creo que aún lo hace, pero no me habla para que tú no te enfades.

Pienso en cosas cotidianas, cada vez tengo más presentes recuerdos de otras personas que contigo porque ha pasado demasiado tiempo y lo único que hago es recordar recuerdos, deformando cada vez más la realidad.

Mi hermana me pregunta que a qué hora me escribiste. ¿Es eso relevante? Supongo que sí, yo ya no veo, estoy cegada por la idealización. Eran pasadas mis 6 de la mañana, tus 12 de la noche. Tal vez habías bebido y fue un impulso. Quizá volvías de una cena con ella y sus amigos. Era jueves. Conmigo incluso los jueves acabábamos cerrando los bares, liándola hasta la madrugada. Con ella supongo que llegas al piso, departamento que dirías tú, te descalzas también para no ensuciar el parqué, te sientas en la cama doble, te miras en el espejo del armario empotrado mientras te quitas los calcetines, luego te pones el pijama lentamente, con el cansancio acumulado de toda la semana. Ella se quita los pendientes frente a otro espejo, el del tocador. Parece una escena americana, más que ubicada en Barcelona. Lleva un vestido negro y no le queda mal, pero no se maquilla bien, como todas las inglesas. Ella se lava los dientes y mientrastanto, va dando vueltas por las habitaciones de la casa, ahora camina sobre un suelo afelpado.

Se mete en la cama junto a ti, os dais un breve beso en los labios y apagáis la luz de la mesita de noche.

La película empieza con 3 minutos con la pantalla a oscuras. Solo se oyen voces y sonidos. Y me quedo maravillada, concentrando la mirada en el móvil, creyendo ver imágenes donde no las hay. El cerebro me engaña y distingo una franja verde entre tanta negrura.

Cocino con música después de casi tres meses sin hacerlo. ¿Quiero la aprobación de los demás y por eso les cocino? ¿Quiero acaso que me agradezcan un plato que ya sé que me quedará delicioso? Estoy a punto de preguntarles que con qué música friegan los platos, pero me desdigo enseguida. Nadie me dirá Bob Marley.

Soy muy feliz algún día. Le digo a M. (otra M. que se vuelve un pilar en mi vida. Me caen muy bien las M.) que tengo muchas ganas de llorar, de felicidad, por supuesto. Le hablo de ti una vez más y le comento que usabas la palabra plenitud en el momento adecuado y que yo necesito usarla en ese momento. Los niños nos hablan, nos siguen como si fuésemos una atracción, otros juegan a baloncesto, nos preguntan el nombre, ríen tímidos, se tapan la boca como esas mujeres fotografiadas al norte de Vietnam. La luz es la más bonita que he visto nunca. Y recuerdo la otra vez que pensé que la vida era tan bonita que a veces daban ganas de llorar, en la sala de espera de una estación de bus de Pnom Pen, a tu lado. Las palmeras se inclinan ante mí, las nubes rosas vuelan a mí alrededor -parezco una deidad, he subido al cielo en un segundo- y cubren parcialmente las montañas, no dejo de sonreír, persigo la dicha y no se me escapa porque no la aprisiono, solo la guardo en el bolsillo, como hacia con el tiempo contigo. Pero pienso, como en esa canción, que me sabe mal si tú no estás. Me sabe mal, me sale mal.

¿Vuelves a ser el mismo o aún no? ¿La llevarás a Colombia y te volverán a decir que tu novia es muy regia? Necesito ser feliz siempre.

Este mensaje se eliminó

Por dónde andas, boñi?

Qué chimba

Toma tomate, que diría el papa 

Me quedo pensando todo el día en lo que habrás escrito en ese mensaje eliminado y me voy a dormir mirando las estrellas mientras me lavo los dientes. Estoy triste, no me imaginaba que me podría desestabilizar tanto esto. Me da miedo contestarte. Se te ve guapo en la foto de perfil, muy feliz, las arrugas alrededor de los ojos más marcadas. Si quieres asegurarte de que te sigo queriendo, no te preocupes. No hace falta que me escribas para saber la respuesta.

Me meto en el mar de un azul turquesa parecido al de Panamá y tomo una foto desde el agua, hacia las palmeras. Así me hiciste tú una foto una vez en algún lugar perdido del mundo. Me llamabas mujer entonces y me abrías los cocos para que yo disfrutase de la carne de la fruta. Aquí le tengo que pedir a un señor que me lo abra con su machete.

Volviendo a la foto, supongo que habrás ido a Valencia a ver a tus primos esta semana santa. Me siento estúpida escribiendo aún cosas por aquí, dándote una respuesta.

Me imagino que vuelvo después de muchos meses y no tengo piso, así que me quedo donde la tía Ana, en la Barceloneta. Y me acompañas y esta vez no te importa llevarme en moto y me insistes para besarme, pero yo digo que no, mal que me pese. 

Hago fotos desde el agua a la isla como me enseñaste, ojo fotográfico que le llaman. Recuerdo la sensación de Medellín, al ir a buscar arepas al supermercado, no sé si es el olor. Tú habrías disfrutado esto como el que más. Tengo en la cabeza canciones de Jaguayano, me enseñaste tú a este cantante, aunque tú solo escuchabas una canción en bucle.

Aun así, aunque rememore las cosas buenas, también me vienen a la mente todas las mentiras y ahí es donde me hago un poco más fuerte. No quiero volver a escribirte nunca por debilidad. Me merezco una vida con alguien que me quiera, que me abrace. El otro día, mientras flotaba en el mar, pensaba en que H. lo disfrutaría mucho, que le encantaría este país y dejaría de decir que viajar está «overrated». Me habría gustado que me cogiese en brazos como en la piscina, que se quedase con la mirada fija en mi cuerpo y que me dijese que me quedaba muy bien el bikini. Después de despedirme de él, vuelvo con estos dos y no me siento valorada, mi opinión no es importante, uno de ellos tiene cero valores y tenemos ideologías ya no diferentes, sino totalmente opuestas.

Luego pienso que a quién quiero engañar. Que aunque ayer pensase que quería estar con H. bañándome en el Índico, si me dan a elegir, siempre te escogeré a ti. Ojalá saber que ya no me quieres. 

¿Por qué siento que no puedo ser feliz nunca? No quiero volver nunca más a esos tres años en que no supimos dejarnos ir. Tu estás con alguien -a quien no quieres realmente-, pero con alguien al fin y al cabo y no puedes escribirme solo para ver qué tal o para tenerme enganchada. Si alguna vez me escribes es porque tienes claro que quieres una vida junto a mí. Si estás dudando o arrepintiéndote o solo ves lo negativo en ella, creo que ya tienes la respuesta de lo que deberías hacer. No esperes tres años como con tu novia colombiana.

Y dejo de ser dura, creo que lo he sido porque hoy lo han sido conmigo. Y todo se guarda, todo se devuelve o redirecciona.

Te quiero, pero jooo…

I gotta fever

Siento ese malestar que he experimentado muy pocas veces en mi vida, el de la fiebre, aunque no lo es, se trata del calor húmedo de esta recóndita parte del mundo. Me hace recordar un día que me metiste en la ducha con agua fría para hacer bajar la fiebre. Al principio, no ubicaba el recuerdo en el tiempo. Luego me viene a la cabeza. Ya no estábamos juntos, tú viniste a verme al piso, sigo preguntándome por qué siempre al piso. Trajiste una botella de vermut. Cogí anginas, si te soy sincera creo que fue al besar a otro. Y estábamos en mi balcón, bebiendo, riendo, hablando alto por encima del ruido del tráfico. Yo pensaba que me estaba subiendo el alcohol hasta que tú me miraste, preocupado, me tocaste la frente y me dijiste que había que actuar rápido. Me llevaste a la ducha y sentí que el agua se evaporaba antes de llegar a mi cuerpo, me acordé también de Australia, cuando me desmayé en la ducha y el agua seguía corriendo por mi cuerpo inconsciente.

Y me arropaste con la toalla, me secaste. Me guiaste hasta el colchón del salón donde mil veces habíamos hecho el amor y me acostaste allí. Me volviste a hablar de campos de lavanda y de mi ser meciéndose en una hamaca para que me quedase dormida. Yo me agarraba fuerte a ti, los ojos cerrados, aunque quería abrirlos. Y lloré, tú me preguntaste por qué y te contesté que tenía miedo de quedarme dormida y que no estuvieras cuando abriese los ojos. Me dijiste que te tenías que ir y me abrazaste fuerte.

Habría hecho cualquier cosa por ti en aquel entonces. Aunque hubiese estado a punto de morir, habría fingido estar en perfectas condiciones para alargar un poco más el rato de estar junto a ti. Qué lástima que aún no supiese que no quiero retener a quien no desea estar a mi lado.

Supongo que la contradicción es que yo pensaba que sí querías, pero que algo te lo impedía. Me pregunta qué haría si volvieses a mi vida, le digo que no lo sé, que creo que no recaería porque entonces sí que me cabrearía tu actitud, si me volvieses a escribir sería de mala persona ya, pero lo cierto es que no puedo asegurar qué haría. Me encanta imaginarme en escenarios hipotéticos, pero uno no puede avanzarse a lo que sentirá o cómo actuará.

Flotabilidad neutra

Aún no sé cómo describir esa sensación tan extraña. Ni la notas. Te quedas unos segundos quieta, no hay aire a tu alrededor, solamente en tus pulmones, todo se mueve como a cámara lenta. Tus gestos son a la vez más torpes y más gráciles en cierto modo. Me gusta ver algunos de mis cabellos sueltos suspendidos en el agua, bailando junto a los peces.

Me encantaría escribirle y decirle que he mejorado mucho, que el primer día, sin darme cuenta, inspiraba mucho y me iba sola hacia la superficie y el instructor de buceo me tuvo que poner más plomo en los bolsillos, pero que el último día he bajado a 30 metros para ver un barco hundido, y el profesor me ha dicho que soy la que tiene mejor flotabilidad del grupo, que no es cómo se empieza sino cómo se acaba. Él se reiría de mí seguro porque a veces soy como una niña pequeña y me encanta que me feliciten y también imaginándose cómo me iba a la superficie al principio.

También le diría que seguro que él sería un buen profesor, que los profesores de buceo me parecen muy atractivos por la pasión con la que hablan.

No puedo dejar de mirar sus pestañas largas y espesas aunque el primer día que lo conocí de fiesta no me llamó nada la atención. Me pone mucho la autoridad con la que habla y me gusta cuando me tranquiliza bajo el agua.

La reciprocidad de recordar a alguien. Así podría titular también este texto. I. se acuerda de mi viaje y me escribe, yo pienso en él (el corrector me ha cambiado ese «él» por un «ti») cuando veo la película de Poor things. Mi hermana va a verla en una cita, no en la primera, como nosotros con Creatura.

El alemán que vino a despedirme a la estación de autobuses solo para hablar conmigo media hora se acuerda de mí para recomendarme los mejores restaurantes porque sabe que me gusta comer, el griego me escribe para vernos en Indonesia, yo le escribo para enviarle mi progreso en Duolingo, la suiza siempre dice que nos echa de menos, al turco le paso un vídeo de una tienda de campaña colgada de unas rocas, me dice que lo haremos juntos, la americana siempre me pide consejos, les paso frases a mis amigos, ellos me envían audios de fiesta diciendo que me quieren mucho y que les hago falta.

Though I am bruised, face of contusions, canto esa canción mientras salgo del agua, esta vez demasiado cálida, y me tumbo en la toalla evitando el sol para no tener cicatrices en las piernas. No me puedo abrazar las rodillas. Me gustaría que me cuidasen. Son muy divertidos, pero no me abrazan ni se preocupan genuinamente por mí, como la gente que me quiere. Yo me apunto sus recomendaciones de películas y libros, ellos no hacen ni el ademán.

Sueño con J. dos noches seguidas. La primera porque antes de dormir miro mis historias de Instagram de varios años atrás, para saber qué hacía en marzo de 2023 o de 2019. En 2019 éramos la pareja más feliz del mundo, fuimos a Cunit aunque hiciese frío, él apoyaba la cabeza en mi regazo mientras la otra pareja discutía. Bebimos mojitos por la noche, hicimos guacamole, que a nosotros nos quedaba mejor. Reímos mucho y al día siguiente no teníamos resaca porque sabíamos cómo salir entonces.

En el primer sueño, estábamos viajando por separado y coincidíamos en la misma habitación del mismo hostal de la misma ciudad. En el segundo sueño, yo le hacía una mamada, pero no me sentía bien, algo iba mal, era cómo si él no quisiera y yo le estuviera forzando a estar conmigo, tal vez como al final de la relación.

Se me han olvidado la mayoría de conversaciones que he mantenido a lo largo de mi vida. Recuerdo muy interesantes las sostenidas con J. y con Sokratis. Con M. y M. siempre. Álex de Sants, al que conocí en Gracia, sé que me hizo pensar muy diferente, pero recuerdo pocas de las palabras que me dijo. No sé si es porque en lugar de escuchar, pienso más en la respuesta que daré, aunque tampoco recuerdo mis respuestas. Con él fue casi como en la película Before sunrise, una noche que empezó pronto y acabó tarde al día siguiente, pasadas las 12 en la playa, yo con prisas porque tenía que coger un tren.

No sé si tiene mucho sentido esto, pero me está gustando.

Lo que dejó el día 37 de viaje

Los sonidos son más vivos aquí, cierro un instante los ojos y el agua que corre por la fuente escalonada circula por mi cuerpo, el aleteo de una mariposa de un esmeralda imposible es el alimento de mi alma, los sigilosos pasos de ese joven monje son las pisadas de mis antepasados, las plantas y flores que me señala se convierten en las azaleas de mi balcón. We’ll end up in richest poverty, pero felices. Usé esa canción en Roma porque éramos los más felices del mundo, yo más seguramente, porque me agarrabas de la cintura como si no me fueras a soltar jamás.

No quiero perder el poder de maravillarme, como dijo un famoso escritor. Cuando lo pierdes, es cuando te vuelves viejo. Puede ser un proceso o de repente. Con tanto ruido, a veces cuesta fijarse en lo bonito, en la paz, en lo que importa.En la calle, queman dinero falso para enviárselo a los muertos. Existe la creencia de que lo necesitarán en el cielo para tener la vida deseada. El humo y las cenizas me llegan desde el arcén de la carretera mientras circulo en moto.

Tengo un nuevo olor favorito, como el de esa planta que endulza el aire de las islas griegas en verano, como el aroma de las higueras. Los campos de arroz, cuando están verdes, entran en mis pulmones por la nariz. Huelen a Asia. Y huelen igual que algunas cocinas, no huelen a arroz cocinado, pero sí a la pasta de arroz que usan para hacer unos tacos o pizzas vietnamitas.

Escribo, como siempre, para que no se me escape la vida, pero me cuesta empezar. Por eso no escribí sobre la nostalgia que sentí después de pasar cuatro días con sus noches con esos chicos de veinte años tan divertidos. Conducen motos desde los once años. Tuut, mirando hacia arriba, me colocaba el casco y me lo ataba con dulzura. Tenía unos ojos oscuros como pozos de agua y unos dientes pequeños, como si aún fuesen de leche. Jugaba muy bien al billar. Me regalaban dulces y pipas y mango verde con guindilla, y pasas de color caqui. Jugamos con la pelota que vi por primera vez en Camboya, que es parecida a un volante de bádminton, pero con algo de peso. Yo nunca conseguía acertar con el talón, solo con la punta. Vino la niña de la casa, de unos cuatro años, y yo le hacía las piruetas que mi padre nos hacía de pequeños. Nos costaba comunicarnos, pero con sonrisas y gestos nos entendíamos. Me divertía ver cómo se acercaban a algún grupo de chicas para entablar conversación. Tuut era tímido y se ponía a fumar a cierta distancia, su compañero no tenía ninguna vergüenza. Con su sonrisa descarada, su pendiente en la oreja, su peinado moderno y su desparpajo, se sentaba junto a las chicas en cualquier bar o mirador. El tercero, Trung, siempre llevaba unas gafas de sol puestas y la música a todo volumen en su altavoz. Los eché de menos en cuanto nos despedimos, pero no me dio tiempo ni de llorar, porque todo va rápido, porque hay cambios casi a diario, porque no siempre puedo estar sola.

Quiero recordar el restaurante al lado de la carretera donde me paro a comer antes de ir a un monasterio en mitad de un lago. Pienso que estarías orgulloso al verme conducir la moto por estas carreteras llenas de un tráfico desordenado, pitidos y adelantamientos peligrosos. Las sillas son bajitas de plástico, así que D.K. estaría feliz. Hay una mesa larga con seis chicas vestidas igual, con pantalón blanco y vestido rojo hasta el suelo. Me miran cuando detengo la moto y se ríen nerviosas. Siguen mirándome y sonriéndome mientras pido y mientras como. El dueño tiene cara de emperador, un bigote y una barba larga, cabello largo también. Me sirve arroz del color de la paella con torrezno, tomate en rodajas y verdura. Lo devoro con fruición. Se despiden, yo sigo sentada un rato y observo la carretera. Un coche caro se para frente al restaurante y de él desciende una mujer elegantemente vestida. Su marido baja después del coche e imagino que se quedan a comer allí, pero no lo sé seguro porque pago y no me quedo a verlo.

Necesitaría un epílogo, pero creo que no lo puedo escribir, porque no sé cuándo acabará esta historia y supongo que esa incertidumbre es de las mejores sensaciones que he tenido nunca.

Me preguntan qué puntuación tengo como novia y les contesto que un 10. Se ríen porque no puedo puntuarme a mí misma. Les digo que tú me pondrías esa nota y me imagino llamándote un día con el altavoz solo para que te oigan decir que soy la mejor novia del mundo. Yo te pondría un 10 también. Luego les hago saltar una valla e ir caminando por un sitio prohibido hasta que nos para la policía y les digo que me bajo la nota a un 9.

-¿Por qué?

-No sé, por obligaros a hacer este tipo de cosas.

-Para mí esto es algo bueno, esto incluso sube la nota.

Y me recuerdo haciéndote subir a aquel mirador de Santorini diciendo que eran 30 minutos cuando en realidad era casi una hora, o caminando 45 minutos bajo el sol abrasador de Yogyakarta para no gastar en un tuk-tuk, o caminando en chanclas por la selva habiendo dormido pocas horas para llegar a una playa espectacular. Y eso quizá te hacía odiarme, pero a la vez es lo que me hace especial.

No sé si quiero cumplir sueños

Te echo de menos casi cada día de mi vida y me duele que no estés a mi lado cumpliendo el sueño que ambos teníamos. No sé si aún será tu sueño. En la cama de este hostal, ya no sé siquiera si es el mío. Mi amiga mallorquina me calma desde la distancia y se reafirma en que a veces toca estar en «ciudades de paso» y que me lo tome todavía con más ganas, pensando que la aventura real viene en un par de días. A veces solo tengo pensamientos negativos, a veces rumio mucho y solo quiero estar donde no estoy, a veces pienso que soy aburrida y no tengo nada que contar, a veces solo quiero que me abracen.

Es duro irse cuando parece que todo va bien. No quiero perderme la boda de mis amigos, las ocurrencias de mi abuela, me da miedo volver y ver envejecidos a mis padres, verme envejecida a mí, perderme momentos importantes en la vida de mis hermanos, no estar presente cuando mis compañeros encuentren otro trabajo. Aunque supongo que todo es más bonito desde la distancia, que si me hubiese quedado, estaría discutiendo con mi madre, a disgusto con mis compañeras de piso, cansada de mi trabajo, triste por el frío, con ganas de viajar, sola porque no sé estar de otra manera. La gente se aleja de mí.

En el avión pienso bastante en las cosas malas, en las discusiones, en la cantidad de veces que dijimos que lo dejábamos, en los lloros, en tu indiferencia, en cuando hiciste la maleta, en cuando me ponía celosa, en cuando no me abrías la puerta de casa de madrugada, en cuando te decía cosas feas. Y me da en parte miedo que tú solo recuerdes esa parte, en las actitudes que teníamos y que no eran buenas ni para nosotros mismos ni para el otro. Me da miedo que ahora estés tranquilo y que pienses que con eso basta. Yo también estaba tranquila con aquel chico, también pensaba que eso me ayudaría, que la vida así sería más fácil, teniendo a alguien a quien quieres y que te quiere, con quien hablar al llegar a casa del trabajo, cocinar algo rico para cenar, poner música en el altavoz, ver una serie, ir a comer a algún restaurante de sushi o donde hacen un buen marisco o un buen arroz, despertar tarde, enredarse entre las sábanas, ducharse uno y después el otro, hacer alguna excursión, ir en moto a los sitios, abrazarse en la calle, enfadarse un poco, llorar al volver de fiesta.

Sin embargo, si no sientes esas ganas de morderla, de mirarla a los ojos, de decirle que la amas, de agarrarle el culo a todas horas, de llevarla a un lugar secreto, de enseñarle a bucear o a navegar, a bailar merengue y bachata, entonces quizá no es. En realidad, tú ya sabes que ahí no es, solo estás esperando a ser consciente del todo. Yo podría haber seguido engañada mucho tiempo, pero ahí estabas tú para recordarme que contigo era diferente, a mí me has eliminado de tu vida, y yo no volveré para estropearte lo que tienes, pero creo que ya sabes que está estropeado.

Marina, cuando se entera de que la chica que le gusta estuvo con una amiga suya, entra en cólera. Se siente tonta, como si hubiesen jugado con ella. Actúa con rabia y me siento aliviada al no sentirme identificada. Yo ya no actuo con esa rabia, supongo que con los años he aprendido a dejarlo reposar todo.

Me veo esperando el tren en mi pueblo. Miro las vías y me enfoco en algunas que no están oxidadas, me gusta el aire que se respira, me gusta en parte llevar el abrigo de invierno. Los únicos momentos en que mi cabeza está libre es cuando viajo en tren. Siento que no me agobio, que el tiempo se me pasa al ritmo correcto. Leo que la gente nostálgica medimos el tiempo a la velocidad a la que le crecen las uñas a los muertos. Me impacta.

Les digo que siempre encontraremos un motivo para no estar bien, me contestan que la toma de una decisión casi siempre equivale a renunciar a otra cosa. Y no quiero renunciar a nada.

Me dan ganas de escribirle a Á. antes de irme, solo para decirle que no se piense que no me importa o que no me he acordado de él en todo este tiempo, que claro que me gustaría saber qué es de su vida, pero que hice lo correcto, fui una buena ex. No le escribo, no sé si él está preparado ni si lo estoy yo.

Analema

Analema es el dibujo que genera el sol si se le fotografía cada día del año desde el mismo sitio y a la misma hora. Crea la figura de un ocho. Tengo ganas de contarle esta curiosidad a alguien, pero no sé a quién. No quiero parecer rara y no saber explicarlo y que no me entiendan y que me miren como si me hubiera vuelto loca o como si hubiese contado algo sin importancia.

No puedo decir muchas de las cosas que pienso porque me juzgarán, aunque yo también juzgo a la protagonista de esa novela. Su madre le cortó las pestañas de pequeña porque le tenía envidia. No le gusta comer sola, como a mí me pasaba de Erasmus. Ahora ya no me pasa, a veces lo agradezco incluso. Dice que siempre se debe tener a alguien con quien compartir que la comida está buena. No le gustan las mujeres, habla mal de ellas y eso no me gusta. En el fondo, creo que me aterra sentirme algo identificada.

Stalkeo el perfil del chico que conocí el sábado. Le busco en LinkedIn y Facebook. No sé por qué. Supongo que porque me aburro. Y entro en mi perfil y veo todas mis fotos y los comentarios de J. y me entra la nostalgia. Me quería mucho, yo era su mujer, me admiraba y valoraba. En una en concreto, un amigo comenta que es muy poco casual la foto, que se nota que me he puesto de espaldas y he pedido que me tomen la foto. Y J. responde que en realidad estaba enfadada y me río porque no me acordaba. Yo era su enfurruñada y él era la única persona que conseguía sacarme el enfado de encima. Él me abrazaba y yo al principio hacía ver que me resistía, pero enseguida me dejaba hacer y su calor me cubría el cuerpo y el corazón.

El chico del sábado también es J., pero en catalán. Su amigo se lió con mi compañera de piso y ahora le escribe. Ella no quiere volver a quedar con él y J. no quiere volver a quedar conmigo. Quizá le recordé a la protagonista, dije todo lo que pensaba.

-¿Qué pasaría si se cayese la copa ahora mismo?

Se debió pensar que estaba loca y era capaz de soltar la copa de agua y dejar que se hiciese añicos contra el suelo de su cocina.

Me abrazan rápido sin casi conocerme, me enseñan, me guían. Siento que en este lugar aprendo cosas nuevas.

En la playa, veo los pies de los pakistaníes que venden mojitos y pareos muy cerca de mi toalla, pasan rozándola y levantan granos de arena que me caen encima. Me molesta que me invadan, que no me dejen en paz ni en un lugar al que he venido a estar sola y tranquila. La mujer de los masajes me insiste, nunca me insisten, creo que ha detectado que tengo dolor de cervicales solo con verme. Y estoy a punto de acceder, pero solo por dentro, en la cara no se me puede notar.

Siempre que aparece mi madre en sueños acabamos discutiendo o acaba abriendo la puerta de mi habitación mientras estoy a punto de follar con alguien.

Me acuerdo de A., a quien no di un beso ni el día que nos conocimos ni nunca. Nos bañamos en el mar en ropa interior y nos secamos al sol abrazados. Yo iba con mi bici, recuerdo que me puse la camiseta sin sujetador para no mojarla. Fui de empalme a comer a casa de mi amiga, pero pasé por casa para coger el postre del congelador.

Una espiral fucsia

-Es que siento que mi cabeza va muy rápida, que nunca paro de pensar -le admito, algo preocupada.

-¿Y cómo sabes que tu cabeza va más rápida que la del resto? -me rebate.

-Pues… no sé, porque digo muchas cosas y casi nada tiene que ver con nada, se me pasan mil ideas en un momento.

Y me quedo callada. Él me mira, podría ser un buen psicólogo porque me otorga esos silencios premeditados para reflexionar.

-Claro, no sé -prosigo-. Que diga todo lo que pienso no significa que piense muy rápido. Tampoco me puedo comparar al resto porque no estoy en sus mentes… 

-Ahí es donde quería llegar yo.

-Ya… Aunque igualmente creo que sí debe ir muy rápido mi mente, como cuando te digo que veo imágenes antes de dormir, cuando cierro los ojos.

Le hago la demostración, bajo los párpados:

-Un dragón, un cenicero, una espiral fucsia.

Él sonríe porque sabe que ya ha derribado mi creencia. Yo me río y le abrazo, escondo la cara en su clavícula.

-13 de mayo -le digo de la nada y se ríe. Su cumpleaños. 

Sería también un buen escritor. Sabe escuchar y lo observa todo a su alrededor. Debería leer más, sin embargo. Me hace llorar un día, dos en realidad. Llego a mi portal algo borracha y él ya me está esperando. Sonríe pocas veces con los dientes, pero es cuando está más guapo.

Pongo música en los altavoces, él se sienta en mi cama, yo bailo delante de él. No me besa. Se le nota cansado. Yo me tumbo a su lado, boca abajo. Estamos mucho rato callados, yo lloro en la almohada, pero creo que no es su culpa, creo que lloro por J., le echo de menos. Toda esa semana sueño con él, pero no quiero apuntar los sueños para, al final del día, no recordar lo bonito que fue.

La segunda vez es la última que me hace llorar.

Ahora le empiezo a escribir una canción con la música de base con la que follamos esa noche.

Reviso las notas que he apuntado en el marcapáginas que uso para el libro que me presta, uno de sus favoritos. Valoro mucho estas cosas. J. se quedó con mi libro, yo tal vez me quede con el suyo si no le molesta.

-No lo pierdas -me mira serio cuando me entrega ese preciado tesoro-. No lo pierdas -me repite.

-Que nooooo -le respondo, indignada-. Pero ¿por qué tienes esa imagen de mí? Soy despistada, pero cuido muy bien las cosas de los demás, y más si es un libro.

-Vale vale -me responde, no muy convencido.

-Además, ¿cómo se puede perder un libro? 

J. lo perdió. Esa es la importancia que me da. No me gusta guardar resentimiento, poco a poco se desvanece y hago mi vida, que puede llegar a ser muy feliz.

La última nota dice: “más vale entretenerse uno solo, que no que le entretengan”

El otro me escribe: “¿Qué haces durante el puente?”. Le dejo en visto después de la conversación con X. (X. es la inicial del nombre de una persona, aunque pueda parecer una simple X de ecuación matemática).

J. sigue con su novia, los ven un día. Me pongo a llorar un sábado noche, pero mientras lloro empiezo a reír. Y sigo llorando y sigo riendo. Suerte que nadie me ve porque pensarían que estoy loca. Un poco lo estaré, supongo. Me río porque veo una foto mía justo en ese momento y pienso que yo soy más guapa y me río porque no controlo mis pensamientos y porque no entiendo cómo puedo pensar algo tan tonto en una situación así. También veo el fuet con sabor a roquefort en la mesa y vuelvo a reírme, porque desde que no está conmigo no come cosas tan buenas.

Pienso que si ya ha conocido a sus amigos es que la cosa va en serio, pero luego pienso en Á., que también conoció a casi todos mis amigos. Las relaciones son complejas.

Éramos dos soles

5 de octubre de 2023

Juntos éramos dos soles. Es bonita la frase, nos describe genial.
-Yo no quiero estar siempre aquí -le indico dibujando con la mano una línea a la altura de mi pecho-. Quiero estar aquí.

Y la mano asciende por encima de mi cabeza y miro al cielo. Porque quiero estar siempre donde tú me tenías, bien arriba, más alto, como en Grampians.

Tu madre me regalaba ropa para el cumpleaños, no sé si la elegías tú o ella o mi hermana. Te encantaba mi hermana, ahora te encanta la hermana de la otra. Antes me ponía la camiseta para vestir, ahora la uso de pijama.

Todo el mundo cree que tengo la relación idealizada, yo no lo pienso. Sé que nunca tendré un amor así, y no me importa admitirlo. Me daba igual tener algún altibajo, no quiero nada lineal ni aburrido en mi vida. No quería follar con nadie más que no fueras tú, me daba igual todo el mundo, la luna me parecía un espectáculo, ahora y antes, vimos muchas lunas preciosas en Australia.

Make a lotta money and feel dead inside. A veces pienso que ese eres tú.

Anoche me leí mi agenda de Altran. Ahí te escribía todas las preguntas que te quería hacer, día a día, porque ya no hablábamos. Estábamos conectados, pensé que habías dejado el trabajo y me lo contaste. Me dijiste que sentías que nunca dejaríamos de hablar, yo ya no siento eso, siento que me has hecho mucho daño, un daño irreversible. Siento que tú solo piensas en que mi familia ya no podría quererte después de todo, pero ahora yo tampoco. Antes sí, habría aguantado de todo. Y me doy cuenta de que siento nostalgia de una época en la que te echaba de menos, en la que aún tenía esperanza.

«El sol si sta demasiao cerca, kema, si esta lejos, t congelas», eso me dice. Le respondo que me da igual, que me quiero quemar.

Algo negro

Esas tres chicas son muy feas, seguro que son inglesas, a nadie le gustan las inglesas, dije al subirme al bus nocturno para volver a casa. Con esa frase me hice amiga de M. en julio. Le hizo tanta gracia algo que yo tengo asumido con tanta naturalidad que tuve que quererla a la fuerza. Y es que encima tienen una voz de pito horrible, se ríen igual todas, añadí. Y venga a reírnos en el bus.

Ahora pienso que la vida es caprichosa, ya que ahora él me ha dejado por una inglesa fea. Supongo que algo de lo malo que me pasa también me lo mereceré. No puedo pensar que todo lo bueno es mérito mío y lo malo son cosas externas. De todos modos, el alivio sigue ahí. Estoy satisfecha con mi vida.

A veces sueño con él aún, pero dentro del sueño sé que algo va mal, que él y yo no deberíamos estar hablando ni bromeando ni mirándonos de esa manera tan intensa que tenemos. Me siento peor al despertarme. Sin embargo, siempre le defiendo delante de la gente. Aunque cuente lo que pasó, repito que es una buena persona, que simplemente me hizo daño sin querer y que, aunque no justifico lo que hizo, que se portó muy mal durante mucho tiempo, que él es buena persona y le deseo lo mejor. Un chico que conocí hace apenas una semana fue la primera persona en decirme que eso es muy maduro por mi parte. No sé si lo digo para recibir ese halago o porque realmente lo pienso. Sé que lo pienso, pero a veces la bruma me ciega.

A veces pienso que hay mucha oscuridad en toda esa historia y que, si tiro del hilo, me arañaré con las zarzas y me saldrán sarpullidos, me aplastarán el pecho y dejaré de respirar.

Estamos en la playa surfeando y se unen tres inglesas a nuestro grupo. Las tres tienen un aspecto físico similar entre ellas y parecido a la nueva, la gordita y fea. Cabello ralo, sin gracia, pegado a la cara, tirando a rubio, pero un rubio ceniza no demasiado bonito, ojos separados, claros, seguramente azules, pero indistinguibles porque son muy pequeños, oblicuos. No transmiten vida. Van con sus ridículos vestidos pomposos.Y me hacen pensar en qué le habrá visto a ella.

La vida es más lenta aquí. Me espero sentada en una mesa de plástico mugrienta a que me preparen un dulce típico. Pienso en la incongruencia de que, unas horas después de haber escrito esto, me acuesto con un chico inglés.

El chico que me atiende tiene 17 años, aunque aparenta muchos menos, me pregunta por España, dice que le gusta el Madrid. Me prepara una tortilla, pero hecha a la manera típica de aquí.