Sin pensar

Sueño con él otra vez, estamos horas hablando, nos miramos intensamente, todo el mundo se da cuenta. Me coge de la mano en un momento y me lleva a un lugar apartado, tengo ganas de besarle, él lo hace primero. Me hace gemir. Hacía tiempo que no soñaba con él. Me levanto con ganas de escribirle, pero no lo hago porque él no tiene ganas de verme. Pienso que ahora tengo otras cosas de las que preocuparme, que si soy capaz de no escribirle a A. para no hacerle daño, también debo ser capaz de no escribirle a J. para no hacerme daño. A veces le quiero, otras le odio, a veces pienso que solo me quería ver porque estaba con otro y ahora que ya no lo estoy, todo da igual. Veo la rosa que me regaló y pienso que dejé pasar a una persona que de verdad me cuidaba. Lo malo es que yo no supe cuidarle a él.

Siento que si me quedo sola en este piso de Barcelona, me va a dar algo, porque llueve y el verano es cada vez más feo y se hace oscuro pronto, no como en el pueblo, y el mar no es un lugar tranquilo como la presa.

Vuelvo a preguntarme si pensará en mí, pero sé que no, que a él le pasa lo que a mí me pasaba con A., no me quiere lo suficiente. Cuando está bien, quiere estar con sus amigos y con chicas que visten zapatos de pija, aunque luego las ignore y las bloquee en las redes.

Y quiero al J. que me cuidaba, que no se ponía nervioso al verme llorar, que me tomaba fotografías desnuda porque me veía preciosa, que me abrazaba por sorpresa, que viajaba conmigo, que me seguía en mis locuras, me paraba otras, que me repetía cada día lo mucho que me amaba, demasiado, que me compraba dulces y me preparaba lentejas y sancocho, que sentía compasión, que era generoso, que me enseñaba otra música que no fuera reggae, que lo observaba todo con ojos curiosos, que me abría un mundo nuevo,

Sin llorar

Cuando camina por la calle, rodea con gracia las rejas del suelo. No quiere pisar los conductos de refrigeración. Me dice que me quiere, tímido. No se atreve a gritarlo muy alto. Me viene a ver sonriente siempre. Tiene una mente privilegiada. 

No le gusta la verdura, pero sí el helado. Tiene amigos que le quieren mucho. De adolescente, se le murió el padre y dice que no le afectó. No se llevaban. Se disculpa el último día que le veo, “por ser rarito”, me dice. Y se me rompe el corazón, tengo ganas de vomitar.

No se mete en el agua muy fría, le tiene miedo a las alturas, me hace reír mucho. Todas las anécdotas del viaje son gracias a él. Atrae que le pasen cosas, como dice Natalia de mí. Le multan cada dos semanas. Me escucha cuando me pongo negativa, ahora me siento sola. Siempre pide arroz en los restaurantes. Tenemos la misma contraseña para desbloquear el ordenador. Le escribí una lista de motivos por los que le quería, nunca se la enseñé. Es la primera persona a la que le digo las buenas noticias.

Agua para los infartos, mi goma de pelo en su mesita de noche, las cartas a las que jugamos mientras se hace la cena, la sudadera que le robé y sigue en mi armario, abrazarlo al despertar. Me trae el plato de carne en salsa al sofá, me compra croissants para desayunar, me dice que es más feliz desde que está conmigo. Le digo que me alegro mucho de haberle conocido.

Me dice que ha mejorado con la comunicación y eso es cierto. Tengo ganas de abrazarle. Le veo tumbado en mi colchón, la cabeza apoyada en la almohada, se ha quitado las gafas. Y me dan ganas de besar esos mofletes. Me dan ganas de protegerle toda la vida, protegerle de mí misma también. Me abraza y se va sin llorar. Siempre tan pragmático. Hasta pronto.