Ausencia

Me quedo sola en la cama y ya no puedo conciliar el sueño. Busco su olor en la almohada y lo encuentro al momento, intenso, indescriptible, me deja con ganas de más. Ese olor que le gusta a todo el mundo, que siempre permanece liviano en mi ropa y en mis manos, en mi cabello y mi nuca, en mi olfato. Inventé un cuento solo para él, lo improvisé para que se durmiera, como él hace conmigo de vez en cuando. Hablaba de su olor y de ese imán que tiene para la gente.

Me vienen tantas imágenes a la cabeza… Primero antiguas. Ayer por la mañana, nos veía en Nîmes, con aquellas mochilas que se habían hecho cada vez más pesadas, caminando por ese paseo en obras, en dirección a un parque con un templo dedicado a Diana. Por la noche, justo antes de dormir, nos vi en una plaza un poco fea de Bruselas, pasadas las doce, con alguna cerveza encima, en busca de una discoteca diferente y esta mañana me aparece la imagen de Medellín, nosotros explorando la ciudad y, sin saberlo, metiéndonos en un barrio un tanto peligroso.

Luego me vienen imágenes más recientes e incluso de futuro. Me veo explicándole a mis amigos el viaje, enamorada de la vida, echando de menos una casa, una tierra y unos paisajes que se hicieron casi míos. Otra familia. Me da la mano y nos tiramos juntos al río, desde una altura que a él le parece poca cosa, pero que a mí me impresiona al principio. Ese gesto me da la certeza de que siempre estará a mi lado, siempre será un apoyo para mí y yo para él. Ahora estamos en la hamaca donde cabrían hasta tres personas, en la finca de su abuelo, al que tanto quería y que no pude conocer. Dicen que yo le habría gustado a su abuelo. Vemos cómo atardece y luego aparecen las estrellas en la oscuridad de la noche mientras la hamaca nos mece y siento que empiezo a entender la mentalidad de esta gente, la calma, la paz, dejar las prisas a un lado.

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Ahora estoy en una moto conducida por un hombre que no conozco, él va en otra moto y se va girando para verme la cara de miedo y reírse de mí, pero a la vez tranquilizarme. Subimos esos montes, rodeados de plantas y selva, de humedad, con la piel empapada en sudor y cuando llegamos al río, no hay palabras que describan esa sensación. Esa frescura, esas ganas de estar a solas, de abrazarnos, de seguir viviendo aventuras juntos. Cambiamos completamente de escenario y estamos cocinando una cena española el último día para toda la familia y nos compenetramos muy bien, aunque yo podría hacer más de dos cosas a la vez. Nos reímos cuando viene su prima y nos pregunta si no discutimos nunca porque siempre se nos ve muy bien y yo siempre tengo una sonrisa en la boca.

Estamos en el lujoso hotel de Cartagena, con una terraza increíble y una habitación gigante con baño para nosotros. Hacía días que no teníamos intimidad. Por la noche, él se desnuda para ponerse el pijama, al otro lado de la cama y me dice: “Ven”. Me hago la inocente preguntando qué quiere, pero lo sé de sobras. Me pone rápidamente boca abajo, me tapa la boca y me quita las bragas.

El taxista se ríe con nosotros, a las 3 de madrugada, de camino al aeropuerto, porque vamos borrachos y no paramos de decir estupideces. Luego me enfado sin saber por qué y él me pregunta que qué me pasa, pero le digo que no sé el motivo de mi enfado y que si me deja un rato a solas, se me pasará enseguida. Y así es.

Escucho Lágrimas de sangre y así parece que esté a mi lado porque esa música me recuerda a nuestros viajes. Y le veo conduciendo, con seguridad, un poco de agresividad a veces, pero eso me encanta, aprendiéndonos todas las canciones de reggaetón que sonaban en la radio y sonriéndonos, dándonos la mano en los semáforos en rojo, con nuestras gafas de sol puestas, disfrutando del paisaje de la carretera y en unas constantes vacaciones. Se echa de menos eso.

De madrugada, nos despertamos a la vez, o quizá llevamos ambos un rato en vela, pero nos giramos el uno hacia el otro y nos abrazamos con fuerza, reímos porque el jet lag no nos deja dormir y bromeamos, aunque sabemos que no deberíamos porque nos toca madrugar. Solo han pasado unas horas y ya se me hace dura su ausencia.

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Bitácora

Día 84: No se puede estar cada día igual de enamorado. El sábado no estaba muy enamorada y hoy me pasa todo lo contrario.

Día 87: En el espejo, formábamos un triángulo isósceles como en los cuadros de mi libro de Historia del Arte: mis ojos, los suyos y sus dedos dentro de mí.

Día 93: La gente que no sabe reír, que emite un pequeño grito ahogado o un gruñido como el de los cerdos, me da un poco de pena y asco.

Día 94: Tuve un sueño en el que aparecía un supermercado todo de cristal y recuerdo que de pequeña estuve allí porque mi madre entró a comprar una botella de agua y algo para merendar, pero no recuerdo más, estábamos de viaje, pero no sé dónde, y nadie me puede ayudar y mi libreta de sueños ha desaparecido.

Día 96: Cuando fingimos que nos acabamos de conocer en un bar, como en Lieja, me pone muy cachonda. La manera cómo bebe del botellín de cerveza me eriza la piel.

Día 101: Los dos sentados en los escalones de Plaza Espanya, los últimos rayos de sol tocándonos la cara, bebiéndonos ese zumo recién hecho con el que nos hemos encaprichado. Se siente bien.

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Tamara Lichtenstein

Día 103: Me imagino que es nuestra casa, la bici colgando de la pared y toda esa decoración bohemia. Me dice que me ayuda a ponerme la falda, pero ambos sabemos cómo acabaremos.

Día 109: En la película que echan en la 2 comparan cortarse las uñas con matar y la metáfora me parece muy lógica cuando la escucho, pero cuando intento explicarlo por escrito, no le encuentro ningún sentido.

Día 112: Veo a un hombre, no muy mayor, sentado en un banco, solo, comiéndose unos donuts y con una camiseta que parece de adolescente. Le tiembla la mano y me da pena y a la vez me riño interiormente por sentir pena.

Día 121: Joder, es una de las sensaciones más bonitas del mundo. Compartir arte contigo, disfrutar de las pequeñas cosas juntos, sentarnos en esa sala de museo y terminar esas frases con nuestras propias palabras.

Día 133: No le gusta la gente de mi ciudad y a mí tampoco. Mi madre se prometió a sí misma de pequeña que nunca nos llevaría a un colegio en I. Hizo bien porque la gente de I. te mira con desprecio, por encima del hombro.

Día 149 (29 de mayo): Cuando me dice “Siéntate aquí”, se refiere a que me desnude y lo monte.

Día 155: Después de haber estado con mis amigos, llego a su casa y le veo distinto, está viendo una película y tal vez se la haya recomendado ella de nuevo.

Día 167: Me dijo que, hiciera lo que hiciera, tendría éxito, que saldría adelante porque soy buena y me esfuerzo.

Día 185: Yo, que en casa nunca he oído hablar de religión, como cada día sola frente a un cuadro donde pone: Te deum laudamus.

Día 199: Los dos sabíamos que no me había invitado a ir con él a lavar el coche solo para que le ayudase, sino que se le venía el tiempo encima y se trataba de una excusa para pasar tiempo con su hija, que se le va. Me gusta pasar esos ratos con él.