Retazos del pasado

Recuerdo la pastelería de aquella zona tan industrial al norte de la ciudad. Comenzaba el otoño y, antes de ir a por el postre, comimos en un parque vacío, los rayos de sol en la cara y traspasando las copas de los árboles, cubiertas de hojas amarillas. Te grabé y tú le hablaste con vergüenza a la cámara, enviándole un mensaje de despedida a tu profesora.

Luego, fuimos caminando hasta la abarrotada pastelería, de esas ‘chic’ con decoración cuidada y pasteles de varios pisos recubiertos con glaseados de llamativos colores. Lo hice como una sorpresa para ti: llevarte a un sitio bonito e invitarte a comer tarta. Sin embargo, mientras entrábamos en el local, donde unas jóvenes camareras nos recibieron con una sonrisa en la boca, pensé que no era un detalle para ti, sino para mí misma. Y te di las gracias mentalmente porque, a pesar de estar tan cansado, siempre me dabas alas y me acompañabas a sitios nuevos para que yo estuviera contenta y para pasar tiempo conmigo. Además, tú siempre has sido más de dulce que de salado. Compartimos un trozo de pastel con merengue de limón y coco y cogimos el tram porque faltaba poco para que empezases a trabajar.

Y no puedo evitar pensar en aquel club tan pequeño encajonado en un estrecho callejón donde íbamos de fiesta, el del cartel que decía: “It’s not love, I’m just drunk”. Y los restaurantes abiertos de madrugada, donde pedíamos pato a la pequinesa a las 3 de la mañana para bajar el alcohol y quitar el hambre sin siquiera notar el picante.

Luego pienso en el restaurante mexicano de nuestro antiguo barrio, el que tanta gente nos había recomendado. Y nos sirvieron un plato de nachos tan pequeño que nos quedamos con hambre a pesar de los tacos. Y las mesas estaban tan juntas en aquel local que los dos chicos de al lado nos empezaron a hablar y no se callaban nunca. A todo nos preguntaban: ¿Cómo se dice en español?

Así que pagamos rápido porque se notaba que tú te querías ir y nos fuimos riendo.

Y en el restaurante de Edimburgo, donde nos sirvieron dos camareros españoles, al principio nos hablaban en inglés. Y se me ha quedado grabada en la mente la cara del chico diciendo: Estoy estudiando algo que me gusta. Y, como no se lo habíamos preguntado, me causó mucha ternura.

Y hasta echo de menos las discusiones, ¿sabes? Como cuando en las fiestas de Sants discutimos un poco porque estábamos borrachos y yo tardé mucho en volver del baño. Y al principio nos besábamos mucho y tú me cogías de la cintura con esa mano pequeña pero fuerte, siempre aplicando la presión justa. Y el caso es que de esa noche lo recuerdo todo como bueno, sobre todo cuando en casa de tu amigo me regalaron lo que había sobrado de pastel y lo metimos envuelto en servilletas en tu mochila. Y aprovechamos y cogimos todas las cervezas que pudimos de la nevera porque nos harían falta.

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