Algo negro

Esas tres chicas son muy feas, seguro que son inglesas, a nadie le gustan las inglesas, dije al subirme al bus nocturno para volver a casa. Con esa frase me hice amiga de M. en julio. Le hizo tanta gracia algo que yo tengo asumido con tanta naturalidad que tuve que quererla a la fuerza. Y es que encima tienen una voz de pito horrible, se ríen igual todas, añadí. Y venga a reírnos en el bus.

Ahora pienso que la vida es caprichosa, ya que ahora él me ha dejado por una inglesa fea. Supongo que algo de lo malo que me pasa también me lo mereceré. No puedo pensar que todo lo bueno es mérito mío y lo malo son cosas externas. De todos modos, el alivio sigue ahí. Estoy satisfecha con mi vida.

A veces sueño con él aún, pero dentro del sueño sé que algo va mal, que él y yo no deberíamos estar hablando ni bromeando ni mirándonos de esa manera tan intensa que tenemos. Me siento peor al despertarme. Sin embargo, siempre le defiendo delante de la gente. Aunque cuente lo que pasó, repito que es una buena persona, que simplemente me hizo daño sin querer y que, aunque no justifico lo que hizo, que se portó muy mal durante mucho tiempo, que él es buena persona y le deseo lo mejor. Un chico que conocí hace apenas una semana fue la primera persona en decirme que eso es muy maduro por mi parte. No sé si lo digo para recibir ese halago o porque realmente lo pienso. Sé que lo pienso, pero a veces la bruma me ciega.

A veces pienso que hay mucha oscuridad en toda esa historia y que, si tiro del hilo, me arañaré con las zarzas y me saldrán sarpullidos, me aplastarán el pecho y dejaré de respirar.

Estamos en la playa surfeando y se unen tres inglesas a nuestro grupo. Las tres tienen un aspecto físico similar entre ellas y parecido a la nueva, la gordita y fea. Cabello ralo, sin gracia, pegado a la cara, tirando a rubio, pero un rubio ceniza no demasiado bonito, ojos separados, claros, seguramente azules, pero indistinguibles porque son muy pequeños, oblicuos. No transmiten vida. Van con sus ridículos vestidos pomposos.Y me hacen pensar en qué le habrá visto a ella.

La vida es más lenta aquí. Me espero sentada en una mesa de plástico mugrienta a que me preparen un dulce típico. Pienso en la incongruencia de que, unas horas después de haber escrito esto, me acuesto con un chico inglés.

El chico que me atiende tiene 17 años, aunque aparenta muchos menos, me pregunta por España, dice que le gusta el Madrid. Me prepara una tortilla, pero hecha a la manera típica de aquí.

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